7.29.2009

Entrecortado

Colgó. No pudo pararse para dar La Buena Noticia. Tuvo que quedarse ahí mismo, sentada, en el banquito donde había estado hablando por 20 minutos. Lo que le era habitual ya no lo sería, de eso no cabía duda. Me voy con él. Me lo llevo conmigo. Se puede si se quiere. La seguridad de una niña acostumbrada a tener casi todo lo que quiere la cegaba. Lo llamo y lo convenzo. Con esos pensamientos se paró del banquito y se fue a dar La Buena Noticia.

Llamó. No pudo darle de primeras La Buena Noticia. La ceguera empezaba a desvanecerse. Del otro lado del teléfono las felicitaciones no paraban. La Buena Noticia era de hecho muy buena noticia, pero ella empezaba a sentir la cabeza pesada y el corazón atormentado. Lo conseguí, dijo a la tercera llamada con un nudo armándosele en la garganta.

Suspiró. Todo va a estar bien. Es cuestión de hablar. Vale la pena. Pensaba que la suerte tenía que seguir de su lado. En ese momento nunca se le hubiera ocurrido pensar que, al pedirle que se fueran juntos como pareja, él no iba a decir nada. La ceguera residual del día le impidió ver que sólo fue ella la que se paró de la cama para ir a buscar ese computador que escondía la posibilidad de un futuro juntos. Sólo un trabajo mientras vuelve a aplicar. Frenéticamente ella buscaba entre anuncios. Él, sin decir nada, se dejaba arrastrar. La ceguera se le curó. Ella paró. No es lo que quiere. No hay nada para él. Es una locura. Miró a su alrededor. Él seguía ahí, pero ella estaba tan sola como en el día en que se fue.

Ahora veo que ninguno de los dos fue capaz de sacrificarse por el otro y que las decisiones del corazón que se toman con cabeza fría son las que más duelen y marcan el alma.

2 comentarios:

André Cortés dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lalita dijo...

Ojalá no la tuviera...