5.07.2008

Quien madruga, encuentra todo cerrado

Empezó el conteo regresivo y ahora me tengo que apurar para sacar los papeles que me hacen falta. El grave problema es que nunca me ha gustado hacer vueltas legales por lo interminable y desesperante que puede ser la espera, sin poder escuchar música ni sumirme por completo en la lectura de algún buen libro por evitar el horror de no escuchar o ver que es ya mi turno y tener que perderlo por no estar atenta.

Ayer no fue la excepción a la regla, todas las vueltas fueron una completa pesadilla.

Madrugué para no estar preocupada y tener mucho tiempo, me llevé el carro dizque para facilitarme la vida y, además, le pedí a una amiga que me acompañara para no andar perdida entre papeles, procedimientos, calles, carreras, diagonales y transversales. Salí a las 6:30am creyendo que me iba armada contra cualquier eventualidad, qué ingenua, a medida que avanzaba el día me iba dando cuenta de que mis muchas precauciones no sirvieron para nada.

Salí de casa, prendí el carro y claro, tenía que estar sin gasolina, abrí mi billetera para volver a hacer cuentas, ya lo que tenía no alcanzaba, pero bueno, ni modos, algún cajero encontraría en el camino, no me dejé desanimar.

Recogí a mi amiga, llegamos al Ministerio de Educación Nacional, antes de que abrieran y yo seguía feliz, pero la felicidad empezó a tornarse oscura cuando después de muchas vueltas no encontrábamos un parqueadero, no importaba a cuántos policías ni soldados les preguntara, todos me decían, con sonrisa burlona, que en el sector no había ningún parqueadero. ¿¡Cómo así que no?! A sugerencia de uno de ellos, me tocó dejar el carro en el centro comercial *más cercano*, del que casi no podemos salir porque todas las puertas estaban cerradas, y hacer una buena caminata matutina que nos dejó bien acaloradas, no hay nada de malo en ello, eso es cierto, lo malo es que a un completo sedentario le toque hacer ejercicio con bolso, jeans, botas y chaqueta para el frío. Una vez en el Ministerio, ya eran pasadas las 8am, me dieron un papelito con el valor que debía cancelar por cada sello que me iban a poner para validar que la institución que me había dado esos diplomas y notas era legal, cuenta que tocaba pagar en un banco que quedaba a unas cuantas cuadras, seguir caminando ya no importaba tanto, pero llegar y ver un letrero que decía: “Horario de atención: L-V de 9am a 5pm” me dejó sin aire. ¿¡Cómo es que un sitio lo abren desde las 6:30am y el banco hasta las 9am!? Esperamos ahí sentadas, echamos rulo mientras la fila detrás de nosotras iba creciendo para parecerse a una culebra. Abrieron, a las 9:05, yo feliz porque era la primera en ser atendida pero nadie contaba con que íbamos a tener que escuchar aquella frase tan coloquial: “lo sentimos, no hay sistema, no sabemos cuánto vaya a tardar en ser arreglado el problema, pero pueden dirigirse a nuestra otra sucursal, queda a cuadra y media”. Sin pensarlo dos veces, ya no se si hice lo correcto, salimos corriendo a la otra sucursal -pensando que acabábamos de perder una hora de la manera más estúpida por no corroborar la dirección escrita en el papelito que me habían dado en el Ministerio- que nos recibió atestada con viejitos muy canosos y encorvados reclamando la pensión, y acá tengo que admitir algo de lo que no estoy muy orgullosa, nos le colamos a los viejitos para entrar antes y traté de no escuchar que al final de la fila uno de ellos gritaba que la fila era para todos.

Ya eran pasadas las 9:30am cuando llegamos de nuevo al Ministerio, allá la espera fue menos pero el no haber desayunado antes de salir de la casa ya estaba haciendo estragos en mi pobre barriga acostumbrada a los buffets del Irotama.

La siguiente parada fue el Ministerio de Relaciones Exteriores con el fin de apostillar mis documentos, para animarme, mi amiga no dejaba de contarme sobre las dos ocasiones que fue por allá a hacer las mismas vueltas que estábamos haciendo, que eso era súper rápido, que no se había demorado más de 20 minutos. Casi nos vamos de para atrás cuando nos encontramos con que había fila, una fila que avanzaba lentamente de a cinco en cinco. Como media hora tuve que esperar a que me dejaran entrar, teniendo que haberme quedado por última vez atrás por ser la número 6 aunque yo insistía en tratar de animarme pensando que ahora era la primera de la fila. Adentro hacía un calor infernal y la gente ya no podía con la cara de aburrimiento, sentimiento que compartí con ellos cuando al ver el digiturno me di cuenta que habían más de 80 turnos antes que yo. Esperé y esperé. Finalmente, justo cuando pensé que la pesadilla estaba a punto de acabar, vi que una de las apostillas decía: “Diploma” en lugar de “Certificado de calificaciones”. No me quedó otra que seguir ahí, esperando a ser llamada, para poder luego salir a respirar. Mi amiga ya parecía indigente, llevaba sentada en el piso más de hora y media.

Llegué a casa pasadas las 4pm, eso sí, después de renovar energías con una sopa de tortillas, una pizza hawaiana y dos jugos de frutas.

Pues si, Laura y las vueltas son como el agua y el aceite, no les gusta mezclarse, son más felices si permanecen en confrontación, eso sí, es evidente que yo soy el agua, al aceite le parece estar mejor encima, oprimiendo y sofocando de la forma que más le parezca adecuada… y por favor no le busquen el doble sentido a lo que acabo de escribir. Lo cierto es que, a veces, pienso que todas esas cosas que me pueden pasar en un solo día, son como un mal sueño. Mi amiga dice que necesito un rezo, o algo por el estilo, para alejar esas malas energías... tal vez tenga razón.