11.25.2008

I'm out...

Now what?

El final de THX 1138 me hizo sentir ese gran interrogante. Listo, ya salí de mi país, que era lo que había querido hacer desde que volví de Inglaterra en el año 1999, pero... ¿y ahora qué? El tiempo vuela y sí, cada año nos vemos diciendo frases como: "¡ya se acabó el año!" o "mierda, ya no se hizo nada en este año".

Ya han pasado 5 meses, de hecho ya me estoy acercando a los 6, y me siento en un sube y baja que cada vez sube menos alto. He tenido semanas muy malas en las que me veo muy perdida y enterrada bajo montañas de trabajo, otras en las que no se ven las cosas tan mal pero en las que sigo asustada por el componente académico y la inhabilidad de expresarme como quiero. A veces me imagino agarrando mis corotos para regresar a casa pero la siguiente imagen es "Laura desempleada" y de una se me van las ganas... aunque la frustración de no poder ir a casa a construir mi vida me da mucha tristeza porque para mí es terrible saber que el único lugar donde me siento a gusto no puede ser una opción de vida sino, tal vez, una opción para mi retiro.

No sé, hoy estoy acá... ¿y en un par de años qué?

Por ahora seguiré enfocada en mis clases y proyectos... pero también quiero volverme a ver esa película porque sin closed captioning me sigo perdiendo mucho de los diálogos (muy mal).

11.18.2008

Dientes y roedores

¿A qué colombiano no lo visitó de niño el ratón Pérez para dejarle algo de dinero debajo de la almohada a cambio del diente de leche que acababa de caerse? (y algo que me interesaría ahora saber es qué otras versiones de este roedor hay por ahí regadas por el mundo).

A mi me dejaba 200 pesos y no podía de la dicha cuando veía ese billetito verde esperándome para que lo metiera en mi maleta. Durante toda la mañana sólo podía pensar en lo que me iba a comprar en la tienda del colegio. En esas buenas épocas, 200 pesos alcanzaban para muchas cosas; ahora, con 200 pesos apenas puedo comprar una cajita pequeña de chicles Adams o, bueno, eso era lo que antes hacía porque acá no hay monito (también conocido como "vendedor ambulante") para comprarle. ¡Ay, los monitos! De verdad que extraño esos carritos improvisados y llenos de placeres terrenales, donde se podía conseguir desde una pinche menta hasta barras de chocolates importados. Acá, esas máquinas dispensadoras de dulces no te dan nada importado y, a veces, me da mucho pesar gastar un dólar en un paquete de papas.

Pero bueno, estamos hablando del Ratón Pérez... no recuerdo quién me dijo (pero sería mejor pensar que algún día me lo soñé, sólo por darme ínfulas de persona imaginativa) que la razón por la que el ratón Pérez tiene que recolectar tantos dientes es porque su esposa hace collares (miles de ellos o uno muy grande) que se le revientan a cada rato y por eso es que manda a su abnegado compañero en búsqueda de nuevo material para continuar con su interminable tarea. ¿Alguien más se preguntó de pequeño para qué diablos un ratón quiere dientes de leche? Yo creo que a todos nos interesaba más la jugosa recompensa que amanecería debajo de la almohada.

El caso es que hoy quería compartirles la inocencia y ternura de mi primito Sebastián Niño Perico (sí, yo sé lo chistoso que suenan esos dos apellidos juntos), él debe tener como siete años. La historia que mi mamá me escribió por correo es la siguiente:

Te cuento la historia de tu primito Sebastián…

Se le cayó un diente y, obviamente, el Ratón Pérez lo visitó y le dejó platica debajo de la almohada, que él encontró y se puso feliz.

La semana pasada iba la familia Niño Perico en el carro hablando de pagar unas cuentas. Mauro dijo que en la de él no había suficiente y que de pronto en la cuenta de ahorros de Gloria hubiera. Quedaron de revisar los saldos porque en el momento no sabían si había suficiente.

Se olvidaron de que atrás iban los niños, el cuento es que de pronto Sebas, con toda seriedad, dice: "Yo tengo la solución para completar la plata: ¿por qué no me sacan todos los dientes?".

11.13.2008

Nieve e ideas azarosas

Empezó el invierno pero los cambios drásticos de temperatura me terminaron enfermando, porque eso de pasar de 20 a -2ºC lo deja a uno quieto en primera o, mejor dicho, congelado con el primer chiflón que lo roza a uno al salir a la calle porque, como cosa rara, no salió con la ropa adecuada esta mañana. Me ha dado muy duro el frío y eso que todavía no ha empezado a bajar la temperatura en forma. 

Nací en una ciudad fría, pero nunca me acostumbré al frío. Aunque sé que tampoco podría vivir a más de 26ºC; primero, porque me siento en vacaciones y, segundo, porque cuando me acerco a los 40ºC el dolor de cabeza es insoportable.

Todo el fin de semana que viene va a nevar, o por lo menos eso es lo que se pronostica. El domingo pasado me tocó ver la nieve desde mi ventana porque la peste me tenía con escalofríos y una debilidad tan espantosa que me obligaba a dormir; me despertaba cada media hora cubierta en sudor. Estar enfermo y lejos de casa es muy triste, peor aún cuando tienes un examen el día siguiente.

Pero bueno, la nieve... me dijeron que ya avanzado el invierno caen unos copos gigantes de nieve y yo ya me veo sacando la lengua para atrapar uno que se derrita en mi boca. Ver nevar es bonito, lo que es un peligro es cuando la nieve se derrite y el pobre transeúnte no ve que el piso está cubierto de una capa fina de hielo y va a dar por allá patas arriba con el trasero adolorido... no he es que me haya pasado, pero nadie está exento.

11.04.2008

Rayones en lugar de apuntes

No sé qué me pasa, tal vez sea eso que la gente dice (bueno sí, más bien eso que yo tanto digo), eso de que los años no vienen solos, pero ahora no puedo evitar dormirme en clase. Empiezo a sentir esa pereza abrazadora, inclusive desde antes de llegar al salón, y a los 15min de haberme sentado, con la mejor disposición para tomar apuntes, ya estoy luchando por mantener mis pesados párpados retraídos.

Nunca me había pasado. De hecho, todavía recuerdo cómo me burlaba de los cuadernos llenos de rayones de una amiga que estudió conmigo Microbiología en los Andes. Ni el murmullo no inteligible ni la letra ilegible de mi profesor de Parasitología de Pregrado logró vencerme. Ahora, es mi profesora de Estadística la que me arrulla y me hace tener sueños en inglés; sueños que son interrumpidos con los esporádicos “any questions?” que ella pronuncia con la esperanza de encontrar algún interesado en el silencioso auditorio. Lo cierto es que siento que se venga con cada tarea que nos deja y sólo es cuando tengo que pasar un día, o hasta dos días enteros, sentada en frente del computador y perdida entre los documentos de clase y el código SAS, que me arrepiento de ser tan mala estudiante.