Subí a Monserrate a pie. Nunca lo había hecho y creo que no lo vuelvo a repetir, sobre todo por la gama de malos olores -más frecuentes hacia el lado de los amoniacados- que despedía el trayecto hacia la cima. Lo cierto es que uno sí encuentra cuanta caseta de vieja hojalata quiera, cada una de ellas convertida en tienda en donde se puede conseguir desde guarapo hasta Coca-Cola, aunque yo no recomendaría consumir ninguna de esas bebidas fermentadas en quién sabe qué olla. Caseta convertida en baño no ví, aunque pensándolo mejor, entrar a una cosa de esas debe ser una experiencia del inframundo, así que mejor seguir arrojándolo todo a la pobre madre naturaleza. Pueden ver fotos del lado bueno del paseo en mi flickr, chévere si me dejan comentarios o, mejor aún, si se unen a la comunidad.
Subimos porque llegaron de Suiza mi prima Diana con su novio Reto (los de la foto, claro). Están ambos estudiando medicina y decidieron hacer una pasantía de 3 meses en Bogotá en algún hospital del sur donde necesitan su ayuda. Muy sanos ellos, no toman, pero claro, mi lado endemoniado les sacó un día el coctelito con amaretto y jugo de naranja, ¡cómo brindamos con ese rico juguito!, se notó que les gustó mucho, en especial a Reto, no puedo dejar de pensar que esa palabra no puede ser un nombre.