Me sudaban las manos ahí, parada enfrente de esa puerta de madera pintada de blanco, esperando a que él apareciera del otro lado, entre la penumbra y tal vez con ese peinado que sólo un sofá o una cama es experto en hacer. En mi cabeza recitaba las mil y una formas de decir “hola” pero ninguna se escuchaba bien, estaba nerviosa, habían pasado ya varios años desde la última vez en que lo había visto y por cuestiones del azar volví a dar con su paradero. Estaba en la ciudad, al fin ambos estábamos viviendo en la misma ciudad.
La puerta empezó a abrirse y el latido de mi corazón se aceleró al punto de escucharlo en mi cabeza, como si se hubiera subido del susto. Del otro lado, una figura delgada apareció. Era una mujer. Llevaba puesto una camisa blanca, de hombre, de él. Yo, con voz entrecortada me disculpé pero pregunté por él. Ella trató de aclarar su garganta antes de decirme que había salido, pero que no se demoraba, que si lo quería esperar. Yo sólo quería salir de ahí corriendo pero dije que sí, que muchas gracias.
Me ofreció café, yo acepté, y desde la silla que ella me ofreció para sentarme, la observé caminar hacia la cocina. Era una hermosa mujer, tal vez teníamos la misma edad pero yo había envejecido más rápido. Se paró de puntas de pie para alcanzar el café, mientras su camisa blanca dejaba ver parte de sus nalgas. Era una hermosa mujer. Sentí vergüenza, de mi misma por estar ahí, sentada en la sala de alguien que ahora es un completo extraño. Por pensar que el tiempo no había pasado, que todo era igual, o que lo iba a ser cuando nos volviéramos a ver.
Mi celular sonó, y lo busqué entre mi cartera. Desde la cocina, ella me escuchó decir que ya iba para allá, que me tomaría 20 minutos en llegar. Me disculpé, le dije que vendría en otra ocasión, que una emergencia se me había presentado, y que muchas gracias por el café.
En la calle, de espaldas a su edificio, suspiré y empecé a respirar. Volví a casa, besé a mi esposo en los labios, a mi hijo en la frente, y me fui a la cocina a preparar algo cenar. Mientras cortaba vegetales, la alarma de mi celular volvió a sonar.
... los sueños.
La puerta empezó a abrirse y el latido de mi corazón se aceleró al punto de escucharlo en mi cabeza, como si se hubiera subido del susto. Del otro lado, una figura delgada apareció. Era una mujer. Llevaba puesto una camisa blanca, de hombre, de él. Yo, con voz entrecortada me disculpé pero pregunté por él. Ella trató de aclarar su garganta antes de decirme que había salido, pero que no se demoraba, que si lo quería esperar. Yo sólo quería salir de ahí corriendo pero dije que sí, que muchas gracias.
Me ofreció café, yo acepté, y desde la silla que ella me ofreció para sentarme, la observé caminar hacia la cocina. Era una hermosa mujer, tal vez teníamos la misma edad pero yo había envejecido más rápido. Se paró de puntas de pie para alcanzar el café, mientras su camisa blanca dejaba ver parte de sus nalgas. Era una hermosa mujer. Sentí vergüenza, de mi misma por estar ahí, sentada en la sala de alguien que ahora es un completo extraño. Por pensar que el tiempo no había pasado, que todo era igual, o que lo iba a ser cuando nos volviéramos a ver.
Mi celular sonó, y lo busqué entre mi cartera. Desde la cocina, ella me escuchó decir que ya iba para allá, que me tomaría 20 minutos en llegar. Me disculpé, le dije que vendría en otra ocasión, que una emergencia se me había presentado, y que muchas gracias por el café.
En la calle, de espaldas a su edificio, suspiré y empecé a respirar. Volví a casa, besé a mi esposo en los labios, a mi hijo en la frente, y me fui a la cocina a preparar algo cenar. Mientras cortaba vegetales, la alarma de mi celular volvió a sonar.
... los sueños.