No se quién me enseñó a ser tan destructivamente crítica conmigo misma. Yo no juzgo a nadie. De hecho, a todos trato de comprender. Pero para hacerlo, muchas veces tengo que buscar culpables; culpables que solo encuentro cada vez que me veo reflejada en el espejo. Si para algo soy buena es para menospreciarme. ¿De dónde viene esa baja autoestima? La verdad no se. Pero pareciera que con ella nací porque desde que tengo memoria siempre me he tratado de esconder.
De chiquita me daba pena tener mentón (sí, ¡mentón!), en mi cabeza los demás no tenían (y se veían hermosos). Luego fueron mis piernas, una serie de cirugías -para corregir un tonto problema causado por una mala posición antes de nacer- me hicieron crear una imagen retorcida de ellas. Usar pantalones fue la solución y todavía es muy rara la vez en las que uso faldas. Después fue el trasero, recuerdo que compraba la ropa como dos tallas más grande para que nada se me notara y a eso le sumaba sacos largos, hasta la rodilla. Mientras todas estas cosas físicas me abrumaban, la inseguridad también se apoderó de mi capacidad intelectual. En clase soy incapaz de participar y si por algún motivo soy el punto de atención, los colores se me suben a la cabeza y quedo en blanco. Sí, yo se, es muy triste y vergonzoso. Y cuando lo pienso así el efecto es peor, es como ir en caída libre sin paracaídas.
Creía que había mejorado porque ya puedo salir a la calle sin taparme como monja, logré sacar un pregrado y un posgrado adelante y ahora estoy en otro país adelantando otra maestría. El problema es que esos episodios autodestructivos me siguen dando y ya no se si he mejorado o es mas bien que el punto de enfoque ha cambiado. Me siento mal científico porque nunca se me ocurren las preguntas correctas. Me siento muy vieja porque todos a mi alrededor son mucho más jóvenes que yo y están en niveles superiores. Me siento mala mujer e insuficiente como ser humano.
No hay escape de mi misma. Parece que hay mil y una formas de jugar a sentirme mal. Alguna vez alguien me dijo que parece que lo hiciera para que los demás me digan las cosas que quiero escuchar. Me dolió. ¿Será que mi mente es tan retorcida? Lo cierto es que la vez pasada que fui al médico por culpa de un mal resfriado, cometí el error de contestar con la verdad la primera parte de una encuesta que resultó ser un cuestionario para detectar depresión. Me di cuenta tarde y, aunque luego traté de contestar con menos negatividad, a la semana me llamaron al celular para saber cómo seguía mi estado de ánimo y yo, con la más falsa alegría, contesté que nunca me había sentido mejor. No me imagino que me pueden llegar a hacer tomar acá si voy en busca de ayuda psicológica/psiquiátrica. De solo pensarlo de verdad que me siento mejor.