3.01.2008

El testigo mudo

Ella lo sabía mejor que nadie, en el momento en que él saliera por esa puerta, su vida, tal y como siempre había querido que fuera, iba a ser otra cosa. Lo sabía, pero no era capaz de moverse porque esa certidumbre la embriagaba, la adormecía, allí, sobre su cama, el saber la había drogado por completo y ella no podía hacer más que presenciar, como quien cómodamente se sienta a ver la última película de cartelera, el final de la historia.

Miró por la ventana y se sorprendió al darse cuenta que afuera todo seguía igual, esa normalidad e indiferencia del mundo a los eventos que habrían de acontecer en pocos minutos le hizo dar escalofríos. Si hasta los muertos son olvidados, ¿cómo habría esperanzas para ella? Sólo ella sería testigo, un testigo mudo e incapaz de evitar lo que iba a pasar.

Cerró lo ojos y sintió sus palpitaciones como si el corazón se le hubiera subido a la cabeza y, en el baño, ahora escuchó como él abría la llave del agua. El monótono sonido que ésta hace al correr empezó a llevarla a lugares más profundos dentro de su ser, donde la soledad consumió sus pensamientos haciendo que, por unos instantes, nada más importara. Ni siquiera esa maleta, empacada de afán, que yacía sobre el suelo, cerca al armario que él había revolcado para rescatar sus pertenencias mientras ella lo observaba sin saber cómo detenerlo, importaba.

Esperó allí, aún con los ojos cerrados y sentada sobre una cama inmaculada que ya desentonaba con el resto de su habitación, a que la puerta del baño se abriera. Imaginó que si sus miradas se encontraban todo estaría bien y que el curso de su vida volvería a la normalidad, así como afuera todo seguía igual, pero la puerta se abrió y del baño él rápidamente salió a coger su maleta y, así, sin decirle una sola palabra, salió de la habitación y de su vida, para siempre.

2 comentarios:

André Cortés dijo...

Muy chévere el relato amor.

Anónimo dijo...

Cool. Deberías seguir escribiendo! :-)