Llegó el verano, pero este es diferente. Ya no hay salidas a campo, sino horas y horas enfrente del computador para escribir en docenas de hojas la importancia de mi investigación.
Es un poco patético, en realidad.
Cada vez que leo (y releo) los artículos ya publicados me da pena, en general ajena, ver que todo lo que tuve que hacer no salió del ingenio de mi director de tesis sino de la falta de. Mi único "aporte a la ciencia" es la adición del estado en que vivo. Muy triste. ¡Qué desperdicio! Además que sigo sin entender porqué los estados de este país los nombran como si fueran países separados (como en: "Australia, Canada, New York, and California", ¿qué carajos?).
Ahora que lo pienso, eso de la "pena ajena" tal vez se me devuelva pronto porque, al final, cuando me toque sustentar la tesis, la que tiene que dar la cara soy yo. Eso será pronto, tan pronto cuando tenga un borrador de cada capítulo, son cinco, y esta semana estoy trabajando en el cuarto, entre los ronquidos de Snickers Liliana, la perrita que adoptamos hace dos meses, ella sí que sabe cómo desconcentrarme.
En fin...
Esta experiencia también me ayudó para darme cuenta de que no se me ocurren esas ideas fantásticas que sirven para escribir proyectos innovativos. Al principio me sentía mal, pero ahora ya lo acepto con menos amargura. También porque estoy dejando esa mala costumbre de compararme con los demás. Ahora espero conseguir un trabajo con alguien decente, o por lo menos darme cuenta a tiempo de que vale la pena aceptar la oferta. Lo chistoso es que de no haber aceptado, no hubiera conocido a mi esposo. Como que eso de "unas por otras" es cierto.