Hace años yo era una persona muy solitaria, introvertida, insegura y depresiva, principalmente por tener que despertar cada día sin una razón de existencia clara que me ayudara a salir del pozo profundo en el que me había adentrado ya demasiado.
Logré cambiar y encontré la felicidad, ya era rara la vez en que me encontraba llorando sin alguna razón aparente porque dejé de vivir con esa depresión abstracta que nublaba mis sentidos. Me empezó a gustar el estar rodeada de gente para compartir momentos y reírme a carcajadas o simplemente para disfrutar el silencio mientras observaba un par de ojos que me recorrían como si fuera la primera vez que me veían. Ya no me gustaba quedarme encerrada y sola en mi cuarto, ni pasar horas enteras viendo malos programas de TV o llenando hojas de un cuaderno con palabras de tono suicida.
Ahora, todo ha vuelto a cambiar y me da miedo volver a ser esa solitaria llena de una infinita tristeza, de esas que se pegan al alma como chicle derretido y que son muy difíciles de quitarse de encima.
No me gusta pensar en lo que perdí, trato de no hacerlo y ocupar mi cabeza en lo que ahora importa. El problema es que, por estos días, hay ciertas cosas que me lo recuerdan frecuentemente, cosas como el eco de mi voz en este vacío apartamento, y una mesa para cuatro y dos individuales que, por ahora, sólo uso yo. Mi vida ha cambiado. Llego del trabajo a cocinar o a limpiar pisos, paredes o mesones, lavo ropa un viernes por la noche, no salgo a la calle por un día completo (pero trato de bañarme), no veo TV (aunque seguramente es porque no tengo una), hablo mucho por celular (aprovechando que después de las 9pm y los fines de semana es gratis) y uso Skype por horas (para aunque sea ver esas caras que antes podía tocar si quería).
El cambio en mi vida hace que cada día admire más a mi madre, mi vida es muy fácil a comparación de lo que tuvo que vivir ella por tantos años en los que, además, sin quejarse jamás, llegaba a casa, después de su larga jornada laboral, a cuidar de su esposo y dos hijos. Me siento muy desagradecida con ella. Creo que nunca le hice saber todo lo que aprecié su amor incondicional porque son de esas cosas que uno disfruta sin saber que las tiene. Todo lo que ella hacía era perfecto… a mi todavía la avena me queda espesa.
Logré cambiar y encontré la felicidad, ya era rara la vez en que me encontraba llorando sin alguna razón aparente porque dejé de vivir con esa depresión abstracta que nublaba mis sentidos. Me empezó a gustar el estar rodeada de gente para compartir momentos y reírme a carcajadas o simplemente para disfrutar el silencio mientras observaba un par de ojos que me recorrían como si fuera la primera vez que me veían. Ya no me gustaba quedarme encerrada y sola en mi cuarto, ni pasar horas enteras viendo malos programas de TV o llenando hojas de un cuaderno con palabras de tono suicida.
Ahora, todo ha vuelto a cambiar y me da miedo volver a ser esa solitaria llena de una infinita tristeza, de esas que se pegan al alma como chicle derretido y que son muy difíciles de quitarse de encima.
No me gusta pensar en lo que perdí, trato de no hacerlo y ocupar mi cabeza en lo que ahora importa. El problema es que, por estos días, hay ciertas cosas que me lo recuerdan frecuentemente, cosas como el eco de mi voz en este vacío apartamento, y una mesa para cuatro y dos individuales que, por ahora, sólo uso yo. Mi vida ha cambiado. Llego del trabajo a cocinar o a limpiar pisos, paredes o mesones, lavo ropa un viernes por la noche, no salgo a la calle por un día completo (pero trato de bañarme), no veo TV (aunque seguramente es porque no tengo una), hablo mucho por celular (aprovechando que después de las 9pm y los fines de semana es gratis) y uso Skype por horas (para aunque sea ver esas caras que antes podía tocar si quería).
El cambio en mi vida hace que cada día admire más a mi madre, mi vida es muy fácil a comparación de lo que tuvo que vivir ella por tantos años en los que, además, sin quejarse jamás, llegaba a casa, después de su larga jornada laboral, a cuidar de su esposo y dos hijos. Me siento muy desagradecida con ella. Creo que nunca le hice saber todo lo que aprecié su amor incondicional porque son de esas cosas que uno disfruta sin saber que las tiene. Todo lo que ella hacía era perfecto… a mi todavía la avena me queda espesa.