Ya llevamos tres meses viviendo en Idaho y la soledad me ha empezado a afectar, me siento en un sube y baja emocional, me asusta, no quiero volver a sentir la tan familiar depresión. Los vecinos son muy atentos, nos llevan cosas de comer a la casa, nos invitan a cenar, pero dejan claro que los únicos del barrio que no son mormones somos nosotros, dicen que no vendrán a predicar pero que nos harán saber de nuestro propósito en este mundo. Nunca me hubiera imaginado que en Idaho yo iba a encontrar todas las respuestas a esas preguntas existenciales que me hacía cuando estaba en el colegio. La ironía es que ahora me escondo de los vecinos y de la "verdad" que traen. Ya en una ocasión resultamos susurrando en la casa como si ellos nos pudieran escuchar desde afuera, realmente patético, aunque sea nos reímos de nuestra propia estupidez. Si no es de religión, hablan de herramientas, caza y pesca. No tengo nada en común con esta gente. Mi esposo creció al lado de un río, en una área despoblada, le gustan las herramientas y la pesca, pero la religión (en realidad el cristianismo) no nos interesa a ninguno de los dos. Yo crecí como católica pero dejé de rezar después de los 12 años (por poner una fecha, en realidad solo me acuerdo del momento y de la liberación que sentí al tomar la decisión) porque me aburrí de vivir con miedo, "si no rezo, amanezco muerta", eso pensaba cuando era una niña, ahora me siento más tranquila, aunque últimamente me he empezado a sentir triste por haber dejado atrás a mi familia y amigos en Bogotá y ahora en Lansing. Después de casi cuatro años de haberme ido de mi país, ahora es cuando empiezo a sentir esa nostalgia del hogar.
Yo no estoy en busca de la eterna felicidad ni mucho menos, pero sí al menos una comodidad casi completa, eso de todo a medias me tiene aburrida. Extraño a mi gente. Otra vez me toca acostumbrarme a los vacíos.
Idaho a finales de invierno