5.22.2010

Fragmentos completos

Me sudaban las manos ahí, parada enfrente de esa puerta de madera pintada de blanco, esperando a que él apareciera del otro lado, entre la penumbra y tal vez con ese peinado que sólo un sofá o una cama es experto en hacer. En mi cabeza recitaba las mil y una formas de decir “hola” pero ninguna se escuchaba bien, estaba nerviosa, habían pasado ya varios años desde la última vez en que lo había visto y por cuestiones del azar volví a dar con su paradero. Estaba en la ciudad, al fin ambos estábamos viviendo en la misma ciudad.

La puerta empezó a abrirse y el latido de mi corazón se aceleró al punto de escucharlo en mi cabeza, como si se hubiera subido del susto. Del otro lado, una figura delgada apareció. Era una mujer. Llevaba puesto una camisa blanca, de hombre, de él. Yo, con voz entrecortada me disculpé pero pregunté por él. Ella trató de aclarar su garganta antes de decirme que había salido, pero que no se demoraba, que si lo quería esperar. Yo sólo quería salir de ahí corriendo pero dije que sí, que muchas gracias.

Me ofreció café, yo acepté, y desde la silla que ella me ofreció para sentarme, la observé caminar hacia la cocina. Era una hermosa mujer, tal vez teníamos la misma edad pero yo había envejecido más rápido. Se paró de puntas de pie para alcanzar el café, mientras su camisa blanca dejaba ver parte de sus nalgas. Era una hermosa mujer. Sentí vergüenza, de mi misma por estar ahí, sentada en la sala de alguien que ahora es un completo extraño. Por pensar que el tiempo no había pasado, que todo era igual, o que lo iba a ser cuando nos volviéramos a ver.

Mi celular sonó, y lo busqué entre mi cartera. Desde la cocina, ella me escuchó decir que ya iba para allá, que me tomaría 20 minutos en llegar. Me disculpé, le dije que vendría en otra ocasión, que una emergencia se me había presentado, y que muchas gracias por el café.

En la calle, de espaldas a su edificio, suspiré y empecé a respirar. Volví a casa, besé a mi esposo en los labios, a mi hijo en la frente, y me fui a la cocina a preparar algo cenar. Mientras cortaba vegetales, la alarma de mi celular volvió a sonar.


... los sueños.

5.18.2010

Sin las ganas

Mi vida se ha vuelto muy solitaria. Hay algunos viejos amigos cerca, pero cada cual anda en su cuento. A los amigos que están lejos, los he dejado ir. Amigos nuevos, nunca hice. Poco a poco creé una burbuja, y en ella ahora vivo con él y una gata, la pequeña Cracker.

Me doy cuenta de lo que he hecho y trato de no caer nuevamente en la obsesión de estar siempre con él, pero no es fácil. Ahora no sólo comparto la misma oficina con él, sino que vivo con él. Se podría decir que paso con él casi las mismas horas que paso conmigo misma, y eso, ahora que lo escribo de esa manera, es aterrador. ¿Cómo no caer en la dependencia cuando mi vida social y familiar se ha reducido a él y una gata?

Tengo familia cerca, a 20 min en carro. Tengo el carro pero no tengo las ganas. Ellos son muy diferentes (o yo soy la diferente) y así como no pude hacer nuevos amigos aquí, con ellos no pude pasar de la cordialidad.

Ojalá todas las cosas pudieran ser más simples pero parece que, sin importar lo que pase, siempre seré la que se aferra del lado oscuro para vivir. Siempre he sido muy negativa, de verdad que no entiendo porqué, nunca me ha faltado nada... tal vez ese sea el problema, que no se apreciar las cosas que tengo y por eso las dejo ir, como a esos buenos amigos que alguna vez tuve y ahora extraño.

Dejé que el trabajo y la vida hogareña me consumieran el tiempo y las ganas. Cuando tengo tiempo para mí (sólo para mí), no tengo las energías para hacer algo diferente a ver una película con Cracker al lado pidiendo atención y llenándome de pelos.