9.15.2008

De amores platónicos

El fin de semana no sólo me trajo lluvia en exceso, largas horas de encierro, una suscripción a Netflix y, claro, depresión acompañada de muchas lágrimas derramadas (por hacer terapia inadecuada y ponerme a ver dramonones, ¿así o más masoquista?). Ayer, en Bella, me presentaron a mi nuevo amor. ¡Qué rico ésto de volverse a enamorar! Lo siento, pero tengo que serle fiel a mi corazón, en él no caben dos al mismo tiempo.

9.14.2008

Herencia culinaria

La cocina era para mi algo parecido a la dimensión desconocida, un lugar del que sabía o intuía cosas pero, realmente, nada en concreto, solo eran especulaciones. En este caso, el misterio tenía que ver con la forma como los alimentos que llegan a ella, dentro de muchas bolsas de plástico de algún supermercado, son transformados en maravillosos platos humeantes que provoca comérselos sin dar tregua. Bueno, por lo menos eso era lo que la sazón de mi madre me hacía sentir.

Vivir por mi cuenta me hizo enfrentar sin remedio a esa zona de la casa a la que yo temía tanto y ante la cual tantas veces me arrodillé para agradecerle, de corazón, el haberme entregado casi ilesa a mi madre después de sus muchas cruzadas; y digo “casi” porque, en ocasiones, no faltó el dedo cortado o el quemón en el brazo.

Hoy salí de la cocina feliz y asombrada por la buena sazón de un pollo sudado con papa que me arriesgué a preparar, sin más condimentos que la sal y el sabor natural de medio pimentón anaranjado, medio de uno verde, un tomate rojo y media cebolla. Mientras saboreaba el primer bocado no pude diferenciar el recuerdo del presente y sentí un anormal orgullo por mí misma (¿o por mi madre?) porque cocinar sin envenenar resultó ser innato en mí. He heredado la sazón de mi madre, no hay otra explicación porque a mi nadie me dio clases de culinaria ni me habló sobre el equilibrio químico de los condimentos en los alimentos.

Lo cierto es que la cocina seguirá siendo un lugar de respeto en mi casa porque ya sufrí las consecuencias de cocinar con afán y, al parecer, esos comportamientos son castigados en el sagrado templo del sabor; esta vez fue mi pulgar izquierdo el que casi termina como ingrediente adicional en la cena.

9.11.2008

Extraño...

Mi cobija de sedita...

Levantarme con el Himno Nacional...

Saber que mi gato está afuera, enfrente de mi puerta, ronroneando y esperando que le abran para meterse en mi cama y descansar de sus exploraciones nocturnas...

Los ruidos matutinos que mi mamá hace en la cocina, cuando prepara el desayuno, en mi cuarto, al entrar para dejarme la fruta picada sobre el escritorio y, en el cuarto de la TV, con sus 30 minutos de bicicleta estática...

El abrazo de buenos días con mi papá y los siguientes 5 minutos en el carro mientras me lleva a Transmilenio...

Escuchar ese “te amo”, sentir la necesidad de decirlo también, reiterar el sentimiento con un beso en los labios y ese suspiro que de mi sale cuando la tranquilidad me envuelve en sus brazos...

Los olores y voces de aquellos a quien conozco tan bien...



Son tantas cosas las que extraño, unas simples otras profundas, y tantas otras las que ahora me son tan extrañas...

Hoy me siento extraña...

9.02.2008

Veinti-one millas to Harrison Ford, perdón, Road.


Ha pasado tiempo, seguro. Llegan las noches y cada vez que me siento en frente del computador, con la idea de adelantar trabajo, claro está, termino desperdiciando las horas libres, una vez más y cada vez de una forma más descarada.

La soledad anda como embolatada pero los recuerdos más vívidos que nunca. A veces sueño con una realidad alterna en la que todo es perfecto, pero cada mañana despierto sintiendo que ese sueño está cada vez más lejos.

El trabajo me tiene asustada, sobre todo por el gran número de trivialidades que no estoy acostumbrada a hacer. No puedo dejar de sentirme insegura cuando tengo que hacer cosas como sembrar una planta en una pinche matera o manejar una gran camioneta a 70mi/h. Yo se lo estúpido que puede llegar a sonar eso, pero es la verdad, así me siento últimamente.

Me frustra tener que preguntar cada simple detalle, depender de tantas personas para poder hacer algo y, sobre todo, no entender el 30% de las cosas que me dicen en inglés. Sigo pensando que necesito meterme en clases de conversación para, por otra parte, mejorar mi pronunciación. Tengo un grave problema con las vocales, la B, V y Z. Pero más grave es escucharme decir cosas en Espanglish sin siquiera pensarlo. Parece que empiezo a olvidar de a palabras el único idioma que supuestamente manejo, pero tampoco me puedo comunicar bien en inglés, ¡qué buena combinación de eventos! Soy víctima de algún tipo de anulación lingüística… debería empezar a leer más. ¿Alguna sugerencia?